¿Qué es lo primero que hacen nuestras criaturas al llegar a la escuelita? Exacto: pies al aire. No, los resfriados no entran por los pies, pese a haber escuchado una y otra vez aquello de “no vayas descalza, que te vas a constipar”. Los catarros, virus, gripes y esos mocos que nos acompañan en el invierno se transmiten por contacto, es decir, de persona a persona. No a través del suelo, sino de las gotitas de saliva que lanzamos al hablar o toser.
¿Y por qué descalzas y descalzos? Primero, si nuestras criaturas no caminan, no les hace falta zapatos. Y si caminan y/o gatean, ir sin ellos les facilita el movimiento, la exploración del entorno, les da una mayor comodidad y les ayuda en su capacidad cognitiva. En definitiva, los pies son uno de los mayores aportes de estímulos y calzarlos impide recibir sensaciones.
Y es que en los primeros meses de vida, los pies tienen la importante función de dar a conocer el mundo exterior, ya que el bebé “toca con ellos todo lo que tiene a su alcance, los manipula con sus manos y los lleva a la boca, donde las terminaciones nerviosas sensitivas son mayores”. Así lo afirma un estudio elaborado por lsabel Gentil García llamado Podología preventiva: niños descalzos igual a niños más inteligentes. Según esta podóloga y antropóloga, entre los siete u ocho meses, “que es cuando los niños manipulan sus pies con las manos o con la boca están aportando un importante estímulo para el desarrollo sensorial”, lo que permite la maduración del sistema nervioso.
Gentil, que además es profesora titular en la Escuela de Enfermería, Fisioterapia y Podología de la Universidad Complutense, en la elaboración de su estudio, incide en la necesidad de que “la planta del pie en el niño se ponga en contacto con superficies irregulares a fin de estimular las sensaciones cinestésicas y los reflejos posturales. El niño necesita el estímulo táctil, de presiones, de irregularidades del terreno para desarrollar la propiocepción, mejorar la posición de articulaciones, reforzar la musculatura”.
Por ello, concluye en la importancia de no “reprimir la sensibilidad táctil de los pies calzándoles, pues informan del mundo exterior, transmitiendo sensaciones de temperatura, texturas, etc., que favorecen el desarrollo psicomotor del niño”.
Sabiendo esto, ¿entendemos ahora esa necesidad imperiosa que tienen nuestras criaturas de quitarse los zapatos?